Capitanes de Barco

Capitan-de-Barco-01No es difícil oír, principalmente de los grandes amantes de la navegación deportiva y de ocio, ciertas frases que generan cierta inquietud de ser analizadas. Algunas de ellas, sacadas de fuentes cinematográficas, literarias o dícese cultura náutica popular. Como indica la palabra «popular» los conceptos intrínsecos pocas veces son precisos y en estos casos aparecen algunas expresiones de fácil aplicación en conversaciones de domingo que son el «caramelo» de aquellos que buscan ampliar vocabulario y lenguaje marinero para hacer patente ciertas aficiones. Me explico: creo no equivocarme al decir que a la par que alguien gusta de una actividad, necesita hacérsela un poco suya, empleando para dicha misión lenguaje corporal, expresiones en su lenguaje diario y adquirir cierta cultura sobre el tema, en parte también para hacerse un hueco en el mundillo utilizando sus «palabras clave». En la náutica esto es muy habitual, por una parte por el romanticismo que ha creado el «surcar los mares» y por otra por el círculo amistoso que esto crea en todas las personas (para lo bueno y para lo malo). Así mismo, vemos en aquellos que comparten esta afición por navegar una progresiva tentativa para llevarse la mar un poco más adentro del puerto y así «maritimizar» su vida y hacerlo notar.
Si observamos bien fácilmente nos daremos cuenta que un individuo es aficionado a la náutica deportiva de ocio en sus distintos niveles también reconocibles. Veremos zapatos náuticos (a menudo de dudosa aplicación náutica por tener suelas más bien apropiadas para el senderismo), cinturones con banderitas, emblemas dorados, pegatinas en automóviles, etc. Símbolos, al fin y al cabo, que extrapolan su hobby. Una vez entrados más en la materia, cultivadas ya algunas frases y expresiones, les será posible emplearlas en muchas y variopintas ocasiones demostrando su familiaridad y hablando en propiedad para deleito de sus oyentes. No obstante, este hablar con propiedad tiene su límite de validez al rebasar dicha frontera. Sus compañeros, al igual que el locutor mismo pueden no darse cuenta continuando así un sinfín de razonamientos.
Quisiera, antes de continuar, librarme de culpar o involucrar en este pequeño escrito a los aficionados  a la navegación de ocio de cometer todo esto que aquí se describe. No incluyo a todos los navegantes de recreo en esta descripción puesto que he conocido casos que gozan de un gran conocimiento real de la mar y de sus ciencias y sus peligros a pesar de no ser este su trabajo, gente que conoce bien a sus barcos, sus limitaciones, que saben todo aquello que hay que saber para zarpar. Usuarios que se han nutrido de conocimientos náuticos fundados, experiencia, cultura marinera real. Sus raíces, en este caso, están forjadas milla tras milla, sin ellos percatarse, así que los signos externos de estas raíces no suelen ser exageradas o ponderadas a conciencia si no fruto de su amor. Estos últimos seguro que se habrán dado cuenta del gran circo de los navegantes de sol y calma.
Oímos muchas veces algunas «frases hechas» o mejor dicho, frases fruto de «actitudes hechas» que bien por no haber sido analizadas bien por costumbre o por repetición, son de curioso encajar. La primera frase, una de mis preferidas es la siguiente: «-Yo al mar no le tengo miedo, le tengo respeto». Quisiera hacer aquí otra pequeña pausa para no llenar esta página de insensateces que no vienen al caso. Esta frase, de gran renombre y con gran cantidad de devotos, la hemos oído todos en algún muelle, club náutico, etc. De hecho de decirla con cierta entonación y seguridad puede llegar a crear bastante expectación por parte de los presentes dando a su locutor un aire de valor, conocimiento y experiencia que, de haber existido, no hubieran proliferado esta expresión. Es verdaderamente reconfortante escuchar esta frase de alguien que navega los domingos de primavera, algún sábado que no hay partido y quince días en verano (siendo muy generosos). La verdad es que, en mi opinión, la validez de esta frase es inversamente proporcional a las millas navegadas. Creo no estar del todo equivocado, si digo que entre el sector profesional, entre los marinos, hay muchos que  aseguran que no es respeto lo que le tienen a la mar, sino un miedo atroz! Hay ocasiones que se ve uno expuesto a fuerzas difícilmente calculables. Es miedo lo que sienten a menudo aquellos que viven y reviven en la mar. Que este miedo no se entienda como espanto, como terror, si no como una emoción latente y siempre presente, un temor que permite a los marinos responsables no cometer estupideces. ¿Qué sino permite al piloto otear durante horas un horizonte limpio? ¿Qué convierte un lienzo azul en una avalancha de cuestiones a tener en cuenta en cada instante? ¿Qué le hace al oficial tener a mano tantos libros, derroteros, compases y aparatos? Sin este temor constante cada incidente se convierte en un accidente y cada casualidad, en un peligro.
Sin embargo, el gran navegante de recreo -luciendo sus adornados galones dorados y deportivos- siente respeto. Quizá debe ser el respeto que les otorga medallas laureadas a los capitanes de yate tras capear un temporal. A lo mejor es este firme respeto lo que hace caer sus anclas encima de las nuestras; o lo que permite navegar con las defensas colgando de los pasamanos como si una licencia especial se lo permitiera hacer sin perder la compostura. He oído en boca de experimentados marinos que llega un día en que uno se pregunta si algún día será capaz de apagar este temor y todos coincidieron, después de treinta años de mar, que no. Hace gracia pues, en los restaurantes de clubes náuticos, paseos marítimos, etc. escuchar frases de este calibre.
Otras frases divertidas que a mi me cabrean son aquellas proliferadas por patrones y capitanes de yate, que osan comparar sus adornados títulos, con los patrones, pilotos y capitanes profesionales. Más gracia me hacen aquellos que no solamente comparan sus títulos sino también sus aptitudes. Dadas las formas de este texto me veo obligado a no transcribir hoy cuales son las respuestas a estas afirmaciones. Lo dejamos para otro día. No convertiremos la publicación en una fabulosa lista de insultos.
El otro día en el bar del puerto había un señor largamente conocido en el puerto por sus hazañas y por sus características historias. Su renombre en el pueblo radica en múltiples peripecias, una de las cuales presencié sin posibilidad de olvido. El hombre casó a su hija a bordo de un bergantín, como buen marino.  Vistió con un estúpido disfraz de capitán confeccionado con una camisa de camarero, galones de botones y una gorra de carnaval. Mientras se tambaleaba por cubierta intentando mantener un simulado equilibrio marinero, soltaba órdenes aquí y allá. Órdenes inventadas o recopiladas de películas antiguas que de haberse tenido que cumplir, nos hubiéramos visto obligados a desarbolar el barco para inventarnos un nuevo aparejo jamás imaginado por ningún escritor fantástico. Las frases hacían estremecer a la tripulación causando carcajadas memorables y algún que otro cabreo por parte de nuestro Capitán. No obstante, lo acaecido en la mar aquél día no es la versión oficial que dio el protagonista a sus amigotes.
Estando este señor sentado en el bar del puerto soltando diversas batallitas y estando nosotros comentando los resultados del partido o alguna que otra tontería para acompañar el café; un hachazo golpeó la terraza entera con una frase dicha en voz grave a unos pobres franceses que compartían mesa con el personaje. Saltó la voz convencida, melancólica y superlativa: «-Claro! como tu no has estudiado no lo sabes, pero te digo yo -que soy capitán de barco- que una milla náutica son 1600 metros!» La frase continuaba pero creo que no aportaba nada que pudiera empeorarlo más.
Lo que hizo gracia no fue que no tuviera ni idea de lo que valía una milla en metros, esto era de esperar… tampoco es lo más gracioso que lleve 25 veranos navegando con esta idea. Lo que más me revienta es la parte que dice «como tu no has estudiado». Considerar un estudio propiamente dicho al título de patrón de embarcaciones de recreo (traducido en su lenguaje; «capitán de barco») es a parte de insultante, digno de estudio. Así que este pintoresco personaje, habiendo estudiado y en posesión de una embarcación, deambula por ahí imagino que haciendo cálculos continuos para comprobar su posición. Todo esto sumado al hecho que se considera «capitán de barco» me hizo pensar que esto se tenía que escribir en algún sitio antes de que pasara a la historia o fuese olvidado. No obstante, esto va a ser así ya para siempre. Los relucientes capitanes de barco se van a convertir en los amos del mar.
Recuerdo ahora las palabras de un viejo lobo de mar que cuando vio por primera vez una pantalla de GPS dijo: «-Bah! Con eso cualquiera puede navegar, ahora la mar se va a llenar de imbéciles!» y es curioso como algunos años después maldijo a todos los santos cuando vio cumplida su profecía. Entre todos tenemos que ser conscientes de quien comparte nuestras aguas. Todos aquellos que nos dedicamos a la enseñanza o aquellos que ofrecen esporádicamente ayuda a los estudiantes de títulos deportivos, tendríamos que recalcar la importancia de absorber ciertos conocimientos, actitudes y sobretodo hacer conocer las limitaciones de estos para hacer de la mar y de los puertos sitios más dignos.
Aleix Gainza

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